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miércoles, 30 de diciembre de 2015

El amor silenciado

Es una necesidad continua, pero no sé si llegarás a comprenderlo algún día. 
Pero voy a intentar explicártelo, asemejarlo a lo que siento, aunque es imposible describir tal sentimiento; 

Es una necesidad que solo se sacia satisfaciendo el deseo. Un deseo por abrazarle, por besarle o simplemente por que te mire con los mismos ojos con los que tú le miras. Le ves por ahí, tan natural, en cualquier esquina, y todo vuelve a tu mente, imparable. Esos pensamientos que por la noche se adueñan de tus sueños persisten, como si fueran de piedra, y no te dejan dormir... a no ser que él esté a tu lado, abrazándote, diciéndote que te protegerá de todo mal. Entonces bajas las barreras y dejas que Morfeo te cautive.

Y hablando de barreras, de muros, de murallas que protegen tu corazón, de caparazones a los que huiste cuando te hicieron daño... Cabe decir que él, por supuesto, las traspasó. Pero no es como esa gente que las traspasa después de mucho esfuerzo por su parte, y por el tuyo al intentar abrirle tu corazón, no. No ocurre así. Él pasa como si conociera la clave precisa, los puntos débiles exactos que le abrirán la puerta. Incluso con una alfombra roja a sus pies, como si una parte de ti le estuviera esperando desde hace mucho tiempo.

Me hace mucha gracia la situación porque, desde el primer momento... es como que intentas resistirte a algo que en verdad quieres. Quieres pero no quieres a la vez. Quieres amar y no quieres sufrir. Sentimientos incompatibles. Pero el querer gana siempre la batalla. Tu corazón, por supuesto, prefiere sentirse protegido y amado aunque las fatales consecuencias sean sufrir. Somos así de tontos. 

Es distinto a los demás. Lo sabes. Cualquier chico guapo que se te acercaba era otro más. Simplemente te entraban ganas de echarle un buen polvo y ya. Solo sexo. En cambio, piensas en él, es sus palabras, en su trato hacia ti, y el corazón se calienta. Literal. Te arde el pecho. Y cuanto más descubres de él, de su forma de ser, de se forma de actuar, de su forma de tratar al mundo en general, de su forma de ver la vida, más te arde el pecho.

[...]

Y, por supuesto, llega el día. Y cuando te quieres dar cuenta, se ha ido. Se ha ido para no volver. Y si vuelve, desde luego no es para mirar esos ojos enamorados. Esos ojos que lo hubiesen dado todo por ti. Esos ojos que te comían con la mirada cuando no mirabas. Y sientes ganas de abrazarla y no soltarla jamás.Y si ella supiera cuánto le ama, quizás volvería. Pero ni lo supo, ni lo sabe, ni lo sabrá. 

Antes era ella y ahora es él. 
Un amor silenciado por la cobardía.



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