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viernes, 2 de enero de 2015

Agua salada

Algunas de las personas más sabias que conozco dicen que llorar es bueno, que desahoga, que limpia el alma. Yo, como buena necia que soy y aún contraria a mis principios, defiendo que el llorar es un signo de debilidad que, personas como yo acostumbradas a ello, deberíamos suprimir. No obstante, estableciendo una antítesis, puedo demorar que es mi cuerpo quien evita el llorar y es mi mente la que corrobora lo diferido acertadamente por los expertos.

Una lágrima es solo agua salada que antes de perderse, recorre tus mejillas. Qué insignificante parece. Sin embargo, a la vez es un signo de fuerza que intuye una previa y ardua lucha contra la vida misma. Desconocidas son las causas mas mi cuerpo ansía poder destituir la capacidad de llorar, y prefiere el abandono de sentimientos y emociones, por muy triste que suene.

Ignoro completamente las órdenes de mi cuerpo que grita exasperado que evite el acto de cobardía, pero cuando se trata de desatar el incómodo a la vez que doloroso nudo de tu garganta o de olvidar a aquellos amigos por los que diste todo y te recompensaron con su espalda o cuando, una vez más, se aprovechan de tu bonanza y los humanos vuelven a su propia naturaleza egoísta, puedo asegurar que todo alcanza un límite inexplicable y las locuras que puedes cometer, o los actos imprudentes de los que probablemente te acabes arrepintiendo, te parecerán ínfimos comparados con el dolor que estás sufriendo.

Y mis piernas están cansadas de caminar, y mi alma de luchar, y una vez más mi alma de encuentra en un estado de desesperación que no es capaz de resolver... Y es el cuento sin final... […]

Cuando el conjunto de sentimientos de tu mente se enfrentan en una inexorable batalla, el dolor sentido al llorar se puede comparar con la lenta rotura de algunas membranas inlocalizables del cuerpo, cuando se rasgan... cuando las consecuencias de la guerra no se pueden curar, no tienen remedio, cuando el daño está ya causado, ya no se puede olvidar...