Algunas de las personas más sabias que conozco dicen que llorar es bueno, que desahoga, que limpia el alma. Yo, como buena necia que soy y aún contraria a mis principios, defiendo que el llorar es un signo de debilidad que, personas como yo acostumbradas a ello, deberíamos suprimir. No obstante, estableciendo una antítesis, puedo demorar que es mi cuerpo quien evita el llorar y es mi mente la que corrobora lo diferido acertadamente por los expertos.
Una lágrima es solo agua salada que antes de perderse, recorre tus mejillas. Qué insignificante parece. Sin embargo, a la vez es un signo de fuerza que intuye una previa y ardua lucha contra la vida misma. Desconocidas son las causas mas mi cuerpo ansía poder destituir la capacidad de llorar, y prefiere el abandono de sentimientos y emociones, por muy triste que suene.
Ignoro completamente las órdenes de mi cuerpo que grita exasperado que evite el acto de cobardía, pero cuando se trata de desatar el incómodo a la vez que doloroso nudo de tu garganta o de olvidar a aquellos amigos por los que diste todo y te recompensaron con su espalda o cuando, una vez más, se aprovechan de tu bonanza y los humanos vuelven a su propia naturaleza egoísta, puedo asegurar que todo alcanza un límite inexplicable y las locuras que puedes cometer, o los actos imprudentes de los que probablemente te acabes arrepintiendo, te parecerán ínfimos comparados con el dolor que estás sufriendo.
Y mis piernas están cansadas de caminar, y mi alma de luchar, y una vez más mi alma de encuentra en un estado de desesperación que no es capaz de resolver... Y es el cuento sin final... […]

No hay comentarios:
Publicar un comentario