No sé el porqué, pero esta Semana Santa o si lo retrasamos un poco, las Navidades de este mismo año, mi vida ha cambiado completamente. Siempre me he preocupado por saber quién soy. Por saber cómo soy, pero me he dado cuenta que es imposible. Que es imposible conocerme plenamente. Y tan solo me limito a vivir el día a día.
Siempre he admirado de mi misma, aunque suene irónico, la vitalidad y la ilusión que poseo. Me ha hecho llegar a tantos sitios, me ha hecho superar tantos obstáculos y problemas. Incluso a hecho que me lleve alguna grata sorpresa, que me acercan un poco más a la plena felicidad. Nunca pensé posible que llegara a tanta paz interior. A sentirme tan segura de mi forma de ser.
Pero, también por primera vez tengo miedo. Me he acostumbrado demasiado a esta felicidad pasajera y no quiero que se vaya. Que se rompa esta pompa que me aísla. Si algo que he aprendido en todos estos años de soledad es que las cosas buenas no me pasan a mi. Y si pasan, de seguido llega alguna circunstancia que lo arruina todo, y vuelvo a caer en las garras de mi propia desesperación y perpetua tristeza.