El pasado es una realidad a la que, tarde o temprano, todos debemos volver, ya sea por obligación... o por obligación. Cada vuelta al pasado es un golpe, uno muy fuerte que afecta a todos tus sentidos. Requiere de una fuerza sobrehumana.
Mi vuelta al pasado ocurre cada verano y requiere de tal cantidad de fuerza que la que he conseguido reunir a lo largo de los otros diez meses que paso alejada de él no es suficiente para superarlo.
Es un bucle.
Un bucle que se convierte en pesadilla.
Mi pesadilla.
Supongo que no soy la única.
[...]
Y allí está ella.
Sobreviviendo.
Como siempre.
Y aunque intenta huir de él no siempre puede. Le persigue. Es como una sombra. Intentas limpiarla, intentas perderla como hizo Peter Pan, intentas no ver a Wendy para que no te la devuelva... y te la pegue con jabón.
Son como garras que te desgarran el corazón. Quieres llorar, muy fuerte, pero ya nada puede limpiarte el alma. Buscas alguna manera de olvidarlo, buscas algo que te llene ese vacío que tú mismo te provocaste por construirle un camino de baldosas amarillas hacia tus sentimientos.
Y te los rompen.
Los pisan.
Muy fuerte.
Día tras día.
Durante dos meses enteros.
No soy lo que esperas, ni tú lo que espero yo. Soy el punto discordante de tu pensamiento, la partícula defectuosa que rompe la molécula. Convierto tus pesadillas en sueños, o en sueños tus putas penas. Existo para quitarte la serenidad que has conseguido a base de años, porque una vez que empieces a leerme, no podrás dejarlo, o haré que no lo dejes, porque las palabras son droga, sobre todo si las conjugas como debería hacerse siempre.