Te colocas frente a mi, de pie... me miras con desfachatez y te la devuelvo con desprecio. Te crees que no, pero sí, soy feliz, soy más feliz de lo que he sido jamás. Me prohibiste tenerla, me la arrebataste demasiados años. Tú eras la araña y yo la mosca en una telaraña de la que no era capaz de desasirme. Y lo único que deseaba era poder despegarme sin ayuda de nadie y huir como bien pudiese, aun si era necesario partirme en dos... solo buscaba una libertad que veía tan y tan lejos...
Por supuesto, la conseguí. Y ahora que la tengo... disfrutas viéndome sufrir de nuevo, disfrutas apareciendo en mi vida para no dejar que yo labre la mía. Solo desearía que todo se acabase, que no tuviera que verte más, que no te cruzases más en mi camino, que pudiese olvidar tu existencia... Desearía no guardar todo el rencor y el dolor que has provocado por haberme arrebatado los pocos años de vida que llevo... Pero me niego a hacerlo.
Es todo muy fácil. Demasiado fácil de comprender. Tú juegas tus cartas y yo juego las mías. Estuve muchos años en tu terreno, pero eres tú el que estás en el mío ahora. Y si algo debo agradecerte es de haberme hecho tan fuerte.
[...]
Ella sonríe, se sienta sobre la verde hierba. Mira el cielo. Vuelve a sonreir. Los niños la miran. Ella solo desea que nadie la mire, desea no haber existido nunca, desea huir, esconderse, que nadie la encuentre, pero vuelve a sonreír. Antes deseaba tan solo ser como los demás niños, jugar con los demás niños, reír como los demás niños... solo que ahora ya solo desea dejar de ser ella, correr a la cama para que nadie le puede pegar, correr despavorida por el camino más corto solo para cruzar la puerta de casa... y sentirse segura.

Llueve de nuevo, las gotas golpean fuertemente la ventana. Los días pasaban y ella solo quería dormir y no despertar jamás. Las lágrimas imitaban a la ventana y se estrellaban contra sus manos. El deseo de una niña suele ser más grande que cualquier impedimento... salvo en esa ocasión, que la infelicidad era más fuerte que todo lo demás.